Nada en la vida que tenga verdadero valor viene sin un costo. En otras palabras, sin costo no hay valor, y sin valor, no habría necesidad de pagar un precio. El costo de cualquier cosa es la cantidad de vida que estamos dispuestos a invertir para obtenerla, ya sea a corto o largo plazo. Por ejemplo, alguien escribió lo siguiente acerca del costo del éxito: “Para ser exitoso, hay que trabajar hasta tarde, levantarse temprano, tener pocos amigos, sentirse incomprendido, sentirse agotado, ser cuestionado, animarse cuando nadie más lo hace y, aun así, creer que vale la pena intentarlo”. En resumen, aquello que tiene un alto costo también tiene un profundo significado. Pero la pregunta es, ¿vale la pena?
La respuesta no es sencilla, pero aquí hay algunas pautas: evalúa si el costo es realmente necesario, nunca sacrifiques tus relaciones más cercanas, especialmente con tu familia. Considera los riesgos, examina el momento y el contexto, estudia las inversiones y los posibles beneficios, busca el consejo de personas sabias antes de tomar decisiones, y sobre todo, pídele a Dios sabiduría para hacer siempre Su voluntad.
Dios, como Padre, entiende lo que significa pagar un precio alto. Le costó la vida de Su Hijo, Cristo, en la cruz por amor a nosotros. Él no impuso condiciones, ni esperó nada a cambio. Simplemente, lo entregó todo por amor. Este sacrificio nos muestra que, a veces, el costo más alto se paga por lo que es realmente invaluable. La Biblia dice en 1 de Corintios 6:20,“ 20 porque Dios los compró a un alto precio. Por lo tanto, honren a Dios con su cuerpo” (NTV).